Monografías

La religión en Mesoamérica


Los antecedentes de las creencias religiosas mesoamericanas se basan en la relación del hombre con la naturaleza. Los primeros magos trataban a las más diversas criaturas del mundo como si fueran personas. Así se hacía con el agua, el fuego, el tabaco, la medicina, las plantas alimenticias, los peces, los instrumentos, etc. Trataban de convencerlos de que facilitaran las tareas del ser humano: la pesca, la caza, el cultivo o la curación de un paciente.

Hay un mito que explica cómo los seres divinos habían entrado en el cuerpo de criaturas y objetos: la Pareja Divina Suprema expulsó del cielo a sus hijos porque cometieron un pecado. Los dioses desterrados vivieron intensas aventuras, adoptando con frecuencia las formas de hombres o animales, hasta que uno de ellos se convirtió en el Sol, destinado a ser el gobernante de las futuras criaturas del mundo. Al aparecer por primera vez en el cielo, ordenó la muerte de todos sus hermanos. Cada uno de ellos, al morir dio origen a una clase de criatura distinta en la tierra. La muerte de los dioses significa que su sustancia queda aprisionada en los seres humanos y, por ello, está sujeta a los ciclos de vida y muerte.

Por ejemplo, en un antiguo mito de los mexicas, el dios Nanahuatzin se arrojó a una pira para convertirse en el Sol. Al salir, condenó a muerte a todos los dioses. El último en morir fue Xólotl, que se convirtió en ajolote. El ajolote lleva dentro de sí al dios Xólotl, como esencia que transmite las características de la especie. Cuando un ajolote muere, su parte de sustancia divina transita al inframundo y después vuelve a la superficie de la tierra cuando nace otro ajolote. El hombre, criatura suprema, no escapa a la regla. Cada grupo humano debe su existencia a un dios particular: la Pareja Divina Suprema lanza del cielo a sus arrogantes hijos debido a su pretensión de ser adorados, y los expulsados, al morir por orden del Sol, quedan en el mundo par dar origen y estar al cuidado de un grupo humano.

Este mito sirvió para explicar por qué había pueblos diferentes, con distintas tradiciones, lenguas y razas, y por qué no todos han existido al mismo tiempo. Cada miembro del grupo tenía en su corazón una parte del alma del dios patrono, pero la cantidad de fuerza divina no era igual en todos, había algunos más favorecidos. Esta creencia fue básica para justificar la existencia de linajes gobernantes privilegiados, y en la cual el máximo representante era un hombre-dios. Los gobernantes eran semidivinos, con una sabiduría sobrenatural.

Para el mesoamericano los dioses estaban presentes en su cotidianidad, pero también vivían en un lugar específico: en los más altos niveles celestiales, en el inframundo y en los cinco árboles cósmicos que sostenían al mundo. Los dioses, además, podían dividir su sustancia y existir al mismo tiempo en varios lugares. Xólotl podía encontrarse sobre el horizonte, como esencia de los ajolotes, en el núcleo de una piedra o viajando al inframundo. Un dios podía separar sus partes constituyentes para descomponerse en varios dioses o podía unirse a otros dioses para integrar un ser divino más complejo, de mayor poder. El ejemplo extremo era la unión de todos los dioses en una sola persona, el Dios Unitario, llamado Pijetao entre los zapotecos, Hunab Ku entre los mayas, o Tloque Nahuaque entre los mexicas.

Otro ejemplo es el dios Quetzalcóatl, que al desligar su parte cálida y luminosa de su parte fría y oscura daba origen, por un lado, a Tlahuizcalpantecuhtli, señor de la aurora, y por otro al negro dios Ehécatl, señor del viento. Pero lo más común es que los dioses se mostraran como unidades de la dualidad masculino-femenina.

El mundo era para los dioses como un inmenso juego de pelota, donde unos frente a otros probaban sus poderes. A su paso por el mundo, por un trato de intercambio, cobraban al hombre los bienes y favores entregados. Recogían de las ofrendas los aromas de los alimentos, de las flores, del copal o de la sangre, aunque cada dios tenía antojos distintos: al viejo dios del fuego, por ejemplo, le gustaba el pulque. Otros seres sobrenaturales, en su voracidad, ocupaban los cuerpos de los hombres, ocasionándoles enfermedades; por ejemplo, los pequeños dioses de la lluvia se alojaban en las articulaciones y producían artritis.

El hombre debía actuar moral y ritualmente de la forma más adecuada, tratando de satisfacer a los dioses según sus preferencias, con el fin de propiciar sus dones y evitar sus daños. No había dioses buenos o malos por completo, eran simplemente poderosos. Las ideas sobre la posesión divina, explican, en parte el sacrificio humano. Pese a su carácter sobrenatural, los dioses envejecían y requerían del auxilio de los hombres para que el ciclo del desgaste terminara y volvieran a adquirir vigor. Una de las vías para lograrlo era convertir a los cautivos de guerra o esclavos rebeldes en alimento. Las víctimas del sacrificio eran convertidas en “vasos” del dios y con su muerte contribuían al renacimiento divino. Todo –lo bueno, lo malo, los cambios o el tiempo– era considerado producto de la voluntad de los dioses, y el hombre prehispánico, en medio del mundo, gozaba y sufría imaginando múltiples deidades a su alrededor.

Para saber más:

Visitar:

· Sala “Teotihuacan” en el Museo Nacional de Antropología.

· Sitio de Teotihuacan, Estado de México.

Leer:

· Varios autores, Teotihuacan, Revista de Arqueología Mexicana, vol. 1, núm. 1.

· Sabloff, Jeremy, Las ciudades del México antiguo, Ed. Diana, México, 1995.

· Manzanilla, Linda, y Leonardo López, Atlas Histórico de Mesoamérica, Ed. Larousse, México, 1990.

En Internet:

www.arqueomex.com

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